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El Estado elefante

El Estado elefante y por el contrario, generalmente poco democrático, tiende a la presencia de un aparato militar sobre dimensionado, de muy elevado costo por innecesario equipamiento, que demanda mantenimiento complejo que no sabe dispensar por falta de EDUCACION
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En este país ningún servicio funciona; ninguna empresa marcha, bajo sanos criterios gerenciales cuyo trastocamiento se debe a la politiquería, la incapacidad evidente de sus administradores y muchísimas veces, a las ansias de enriquecerse a la vera del poder.

El patrimonio de EE.UU. funda sus principales ingresos en la recolección de impuestos. Es grave delito evadirlos. Otro tanto sucede con muchos otros Estados. Francia es otro ejemplo.

El gobierno recolecta los impuestos y con esas grandísimas sumas, se atiende las necesidades comunes.

Los grandes capitales los tiene la agricultura, la industria y los prestadores de servicios públicos de la empresa privada.

El Estado liberal se ocupa, fundamentalmente, de la seguridad interna y externa, la recolección y administración de los impuestos, la vigilancia estrecha de la EDUCACION y la salud.  Y ya.

Cabe aquí adelantar que, aún con la adopción de la estructura del Estado liberal, es casi obvio decir que la tarea comienza con la existencia de un número solo necesario de efectivos de una fuerza para el mantenimiento del orden público, suficiente.

Y las fuerzas armadas están dimensionadas y equipadas según las estrictas y probadas necesidades del Estado. Funcionales, efectivas, con alta moral, porque su mantenimiento ya de por sí muy costoso, exige que muchas veces se les destine o asigne recursos en desmedro de la atención de grandes necesidades populares.

El Estado elefante y generalmente poco democrático tiende a la presencia de un aparato militar sobre dimensionado, de muy elevado costo por innecesario equipamiento; que demanda un mantenimiento que no sabe dispensar por falta de EDUCACION y que entonces, depende del exterior con altos precios.  

En los países subdesarrollados como casi todos los de Latinoamérica, el Estado casi siempre tiene otra concepción de la administración pública y retiene para sí todas las organizaciones que, bajo diversas formas jurídicas, atienden particularmente la industria y los servicios. Es así como observamos que proliferan las denominadas empresas del Estado e institutos autónomos.  Nos enseña la experiencia en estas prácticas, que esto no es conveniente. Es malo como lo son sus resultados. En algunos países son pésimos.

Los partidos políticos latinoamericanos, en su mayoría, fueron siempre y aún más hoy, defensores de estas malas prácticas bajo diversos y divagantes alegatos, que van desde garantizar una visión equivocada de la seguridad del Estado hasta proveer de servicios a las masas populares menos favorecidas (¿?). Digámoslo de una vez: nada de ello es cierto.

A la pésima administración de los recursos, se suma la distracción y apropiación de los dineros públicos, cuyo rédito es una mala, cuando no pésima, prestación de todos los servicios tal acabamos de decir. Lo que subyace en esta práctica, es realmente tener a mano un nefasto mecanismo de control político mediante el reparto indiscriminado y perverso de cargos entre los militantes del partido de gobierno que, por diversas sendas, también busca penetrar el estrato popular necesitado, con ideologías mal digeridas. No sólo marxistoides.  Cargos que, en el que la mayoría de las veces, recaen entre los incapaces pero falsos defensores del color político en el poder. Sin sapiencia pero producto de la vocingleria.

 En consecuencia, por regla general, casi nunca se asignan los cargos a gerentes expertos y estudiosos sino a los oportunistas sin pudor.

Un buen ejemplo de lo que decimos es Venezuela que ya había comenzado a abolir esta experiencia y forma de administrar el Estado, que todo lo posee y dispone, hasta que llegó la administración que la gobierna desde 1999.

La inmensa mayoría de las empresas, entonces en manos del sector privado, revirtieron al Estado, ahora más poderoso que nunca, pero infame administrador. En este sufrido país ningún servicio público en manos del Estado funciona; ninguna empresa pública marcha, bajo sanos criterios gerenciales cuyo trastocamiento se debe a la politiquería, la incapacidad evidente de sus administradores y muchísimas veces, a las ansias de enriquecerse a la vera del poder.

En la región y mundialmente, hay interés genuino por saber cómo un país tan rico, bajo el patrocinio seguro de la industria petrolera, que generó miles de millones de dólares, llegó a la situación actual. Y en muchos centros de educación superior, de América del Norte, Europa y del Lejano Oriente, se estudia en las cátedras de economía, sociología y psicología social, principalmente, el caso Venezuela.

Este país suramericano cuyo proceso de EDUCACION, no llegó nunca en su historia a ser el esperado y necesario para obtener el ansiado DESARROLLO, el que sí lograron en épocas paralelas otros Estados como Corea del Sur, por solo citar uno entre varios; abandonó el intento a transitar la senda de la enseñanza de calidad, jalonada por la inversión en investigación en las ciencias y la debida recepción o transferencia de tecnología, para hacerse ahora cada vez más dependiente del exterior y no diversificar su producción. Desvió su inversión en las llamadas Industrias o Empresas básicas de Guayana (una veintena) y entró en la ruta que condujo a su actual estado de postración social y económica. Así está Venezuela.

Porque, como dijimos otras veces, los venezolanos tenemos la experiencia que “el Estado venezolano empresario es un desaguadero para el Erario, el mejor ejemplo de ineficacia gerencial y, en muchos casos, de  corrupción” (Crónica del lunes 8/2/21). 

El Estado moderno en el mundo de otras regiones, el actual, dentro de un sistema de gobierno y una forma de vida democrática, tiene sus tareas bien definidas y sus poderes públicos las cumplen con fluidez. Sea dentro de los de monarquía constitucional, sea dentro de los de vida con forma republicana. En ellos, el factor común predominante y producto de una adecuada organización, es una economía en la que el sector privado tiene a su cargo, el manejo de los tres grandes campos de desempeño económico: agro, industria y comercio. Y al frente de las empresas que lo satisfacen, gerentes que garantizan el alcance de sus metas porque se seleccionan desde el comienzo, con esmero, mediante la calificación certificada de sus estudios todos y del conocimiento previo de los candidatos. Esto no puede hacerlo porque no le conviene, el Estado elefante tan incapaz para desempeñarse dentro de los cánones del Estado liberal moderno eficiente, y tan cerca de la conducta de un paquidermo en una cristalería.

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