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Leo en una entrevista que hace El País a un prestigioso neurocientífico, M. Sigman, al que no se le ocurre decir otra cosa – entre otros casos, claro – que “en tiempos de conflicto, es valioso guardar silencio”… Desde luego, tal y como de convulso anda hoy el mundo, razones no le faltan al buen hombre: “vivimos momentos en los que la ira convoca a la ira, y casi todas las emociones son contagiosas”. Y es cierto, muy cierto. Tan solo tienen que asomar las narices a las redes, y ver cuánto de intrascendente, negativo, embustero y de odio, pulula por las mismas. Si se le ocurre aportar algo sensato, lo más seguro es que esas mismas narices que asoma acaben por partírselas.

Todo eso es verdad, pero andarse callado entre tanta basura tampoco estoy yo muy convencido (si me permiten opinar, naturalmente). Pienso que tanto derecho tienen de hacerse oír los mentirosos como los que dicen la verdad; tanto los asnos como los sensatos… y que las personas sean las responsables de saber tríar de la basura lo valioso, pues no solo es su inalienable derecho, sino incluso su obligación como seres humanos que son (que somos). Es que, si no, la porquería nos inundará como el agua al mundo de Noé, y no sobrevivirá una maldita rama de olivo alguno que, paloma o urraca, nos porte en su pico.

Pone el ejemplo de dos que discuten y se pelean, pero donde viene un tercero a mediar empujando a ambos. Dice que, al final, acaban los tres enganchados en el insulto y la violencia… No digo yo que no sea verdad, pero si malo es que la gente se enfrente y polarice, peor será que nadie intente lo razonable de poner paz. Vamos, pienso yo, claro… La cuestión, el problema, lo negativo, es precisamente eso mismo: la polarización. Que los que manejan los hilos están llevando a la gente a polarizarse y a luchar los unos contra los otros, y entre nosotros mismos. Nos llevan a hacerles su trabajo sucio de imponer una sinrazón por la violencia (miren los métodos utilizados por las siglas extremas de uno y otro lado, y los del populismo ultra). Es exactamente eso mismo lo que está pasando.Y la gente llamada prudente – pero, al fin y al cabo abogante – prefiere ver, oír y callar, creyendo que es mejor obrar así, o sea, no obrar de ningún modo… Decía el gran Javier Marías: “no he querido saber, pero no he sabido hacer”, esto es: no quise saber, pero supe, y cuando supe, la conciencia te sopla al oído de tu integridad como hombre o mujer: ¿y tú, qué vas a hacer ahora que sabes el no-bulo, el no-embuste, la no-mentira? Y nos vemos obligados a tomar partido.

Los oscuros ya tienen sus falanges de sicarios, pero los de la luz son escasos y cobardes… Decían los antiguos filósofos griegos que “las cosas tomaban sentido en el momento en que se las cuentas a otro”; y, en aparente contradicción, el moderno Cyan suelta algo tan misterioso y tajante como que: “toda palabra es una palabra de más”.

misterioso y tajante como que: “toda palabra es una palabra de más”.¿Pero de más, en qué sentido, querido maestro?.. En el momento en que esa “palabra de más” tenga un sentido (y todas las palabras lo tienen aunque ellas mismas no lo sepan), entonces también puede ser una palabra de menos, ¿no?

El mismo Sigman pone otro ejemplo: “hay que ser el galo que resiste al romano invasor, a la vez que el romano que quiere civilizar al galo tribal”, en el sentido de dar equilibrio a los aconteceres de la Historia. El liberal y el tozudo en cada plato de la balanza… El librepensamiento se asegura ante la resistencia del negador del pensamiento libre. ¿La censura o la razón, estimado profesor?

Hacia el final de la entrevista, parece abrirse camino una breve y concisa posibilidad, como un chispazo en la aridez de la espesura: “la conversación está en crisis”… No confundamos, por favor, hablamos de la conversación, no de la discusión. Y esa es, precisamente, la clave de bóveda. La segunda ha suplantado a la primera. Hoy manda el DIS, y ha perdido el CON de la “versación”, del uso de la palabra; pero, aún necesarias ambas fuerzas como materia generatriz de ideas. Lo peor es que la discusión ya no se utiliza como generación, sino como destrucción; no se usa como principio, sino como punto final.

Y en este mismo punto estamos, vivimos y existimos, en la actualidad. En este aquí y en este ahora. Veo las tristes y penosas aportaciones de la gente a las estúpidas preguntas de los entrevistadores de calle, y el panorama resulta deprimente: las respuestas son invariablemente típicas y tópicas; adocenadas, sin el mínimo criterio propio; como borregos de una misma marca y ganadería; repetimos lo ya inyectado in mente en una espantosa homogeneidad; ya es el caso que no pensamos, más bien nos piensan, somos pensados… pero eso sí, claro, pensamos que pensamos.

De ahí la desazón en los pocos, poquísimos, escasos, escasísimos, que quieren hacer algo en el sentido de concienciar y desgentificar. Y el aburrimiento y el abandono. No hay respuesta, ni demanda, ni nada, cero… Encefalograma plano. Tan solo existe una masa dividida en dos: los discutidores y los decidores; los beligerantes y los monoparlantes…

Por eso, a cuántos me jalean animándome, les contesto que yo ya arriesgué y perdí, y que ni ganas quedan en mi faltriquera, y que empiecen ellos cantando por peteneras. Que ya yo, yo ya…

Lo único que me queda por revivir es el espíritu del Ágora… Un lugar abierto, libre y sin pretensiones, sin temática previsión ni programación impuesta, donde la gente acudiera tan solo que a lo más simple y antiguo del mundo: a hablar… o a escuchar; a compartir impresiones por un rato, y luego adiós muy buenas… Un sitio amigable para el diálogo, para la charla, para conversar, que es “compartir el verso”; un lugar para estar y sentir.

Nada más, y también nada menos. Algo sin corsés ni cercas… como aquellas viejas tertulias incondicionalmente abiertas a todos y a todo, libres, que se daban en los cafés y creaban la mejor cátedra, a la que muchos se aproximaban tan solo que a escuchar, aprender, y saber opinar… Sin hechuras ni costuras. Y a ver qué pasa.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ /

info@escriburgo.com /

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